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UNA MIRADA PERDIDA A LA VENTANA

Ventana

Los botones de su chaqueta parecían haber seguido las directrices del mayor embaucador del orden estricto, un desafío a la línea recta. Un largo incongruente con su estatura, y medio palmo de hombreras de más hacían intuir que su interior había albergado a un hombre mucho más corpulento. Al contrario sucedía con sus tacaños pantalones, que mostraban al final de sus perneras unos enclenques tobillos con sus peludas antesalas, un guiño desagradable a la estética.

Hacía tiempo que no lavaba su ropa. Ese olor distorsionado le traía recuerdos de salitre viejo, de redes tejidas con manos femeninas, de olor a cuero mojado, de generosa lana de jersey agarrotada, de botas vencedoras y vencidas. Recuerdos de una mar que ahora se escurría en lágrimas rotas.

Una barba abandonada hacía vago honor a una que fue escrupulosamente perfecta, rozando lo obsesivo; obsesión convertida ahora en olvido. Algo más arriba, mirada sentenciadora de prejuicios baratos. Su frente dibujaba relieves de desordenados montículos horizontales nacidos de preguntas no respondidas, como una laboriosa tela de araña que, así, de repente, ya está hilada.

Sus manos no lograban disimular la tensión contenida de los dedos, que se empeñaban en vano en estirarse más y más, y las uñas, amarillentas y duras como conchas, se adherían a las yemas intentando retener un dolor imposible de domar.

Desde que partió, Ceferino no supo ser ya más sin ella. Solo consumía su tiempo con una mirada perdida a la ventana, recordando regresos de abrazos y enredos junto a la luz de aquella farola.

 

(Foto: Jesús Machuca García)

3 comentarios en “UNA MIRADA PERDIDA A LA VENTANA”

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