EN EL PASADO NO CUENTA

Pasaron muchas eternidades hasta que llegó el reencuentro inesperado.

Nunca se olvida un primer amor de adolescencia y, menos aún cuando es el único. Jugamos el juego de un destino caprichoso, con reglas injustas y crueles que, a veces, nos arranca lo que más queremos, así, de un arañazo con garras frías de acero. Entonces, empezamos a conocer lo que dicen que es el tiempo, con sus horas, sus minutos y sus segundos, y, de repente, en nuestro primer segundo, ya ha pasado toda una eternidad, y somos viejos y sabios, y esa sabiduría nos lleva a desarrollar el mejor arte del disimulo ante corazones nuevos que se nos cruzan, que prometemos y juramos amor eterno, esquivando la mirada, porque sabemos que como aquel no habrá ninguno.

Ellos lo intentaron y lo consiguieron y crearon una familia y todo era normal. Normal. Barbacoas, viajes, trabajos, colegios… Alguna que otra borrachera. Aprendieron a vivir una vida diferente paralela a la que anhelaban. Y amaban y provocaban risas y regalaban sueños que cumplían. Y todo era bueno y la gente de su alrededor se sentía feliz junto a ellos. Cuánta sabiduría.

Pero el destino volvió a jugar sus cartas y, tan solo hace unas horas, decidió unir los hilos por los que sujetaba a Raúl y a María.

Pasaron muchas eternidades hasta que llegó el reencuentro inesperado.

Ahora vuelve a pararse el tiempo entre sábanas curiosas y arrugadas. Han retrocedido a la adolescencia para continuar el único amor que han conocido, porque mañana, cuando vuelvan las horas, los minutos y los segundos, todo será normal y estará bien y en orden y regalarán deseos y risas en sus otras vidas y volverán a ser sabios.

Hoy, en el pasado, no cuenta.